“Cualquiera que sea tu historia, bienvenido. Has emprendido un largo viaje hacia la honestidad sexual y la revelación personal. Puede ser un camino arduo, pero es el único modo de conseguir lo que deseas. En el decurso, te parecerá que hay un montón desalentadoramente grande de conocimientos que aprender; no te deseanimes. El Amo más perverso del mundo, la Dómina más imaginativa, empezaron igual que tú hoy: curiosos, excitados y algo inseguros.”
Pat Califia,
“SM. Los secretos del sadomasoquismo”

viernes, 17 de octubre de 2014

Fisiología del sadomasoquismo (3)

Publicado en: http://sexocienciaespiritu.blogspot.com.ar/2013/08/fisiologia-del-sadomasoquisms-3.html

Las hormonas sociales: oxitocina y vasopresina

Este breve estudio de la fisiología del sadomasoquismo no estaría completo sin hablar de las llamadas “hormonas sociales”: la oxitocina y la vasopresina. Cuando se liberan en la sangre, estas sustancias actúan como hormonas que regulan determinadas funciones fisiológicas. La oxitocina desencadena las contracciones del útero durante el parto y también la secreción de leche en la lactancia. Por su parte, la vasopresina aumenta la presión sanguínea constriñendo los vasos sanguíneos y aumentando la retención de agua en los riñones. Sin embargo, recientemente se ha descubierto que estos dos péptidos desempeñan funciones muy distintas dentro del cerebro. La oxitocina produce vinculación afectiva, aumentando los sentimientos de confianza y lealtad. Niveles altos de oxitocina y de sus receptores en el cerebro están relacionados con la monogamia en determinadas especies animales y seguramente también en los seres humanos. También se ha visto que la oxitocina aumenta la vinculación con personas que pertenecen a nuestro mismo grupo y el rechazo a personas fuera de ese grupo. Sin duda es así como regula el comportamiento monógamo: aumentando la lealtad a la pareja y el rechazo a miembros del otro sexo que no son nuestra pareja. Mientras que la función de la oxitocina es más importante en las hembras, la vasopresina prepondera en los machos, en los que promueve conductas territoriales y sentimientos de control y dominación. Podemos ver, por lo tanto, que la oxitocina y la vasopresina seguramente son liberadas durante una sesión sadomasoquista, y jugarán un papel importante en el estado mental tanto de la sumisa como del dominante. Sin ir más lejos, la estimulación de los pezones es uno de las formas más eficaces de liberar oxitocina. El llamado “subspace” - el espacio de sumisión - quizás esté relacionado con la liberación de oxitocina, que hace la sumisa le entregue su confianza total al dominante y sienta un profundo vínculo con él.

Los beneficios del masoquismo

Hemos visto que los juegos sadomasoquistas afectan de manera muy profunda al cerebro. No son efectos malsanos, sino comparables con los que producen otras actividades fuertemente excitantes, como los deportes extremos. Por el contrario, cabría enumerar una serie de efectos beneficiosos. Al poder explorar sus fantasías sexuales, la masoquista aprende a conocerse mejor. El entrenamiento en la dominación-sumisión puede llegar a convertirse en una auténtica ruta de transformación personal en la que se liman las asperezas del carácter, se eliminan emociones negativas y se aprende a tomar una actitud positiva ante las dificultades de la vida. El masoquismo lleva a una comprensión profunda del dolor, cómo afecta a la mente y cómo nuestra actitud frente a él puede regular su intensidad. Sin duda, esta comprensión ayudará al masoquista cuando inevitablemente la vida lo exponga a situaciones dolorosas.

Sadismo, empatía y compasión

¿Y qué decir del sádico? ¿Qué cambios se producen en su cerebro durante la sesión sadomasoquista? ¿Son tan profundos y beneficiosos como los que tienen lugar en la masoquista? Habría que empezar por comprender por qué el sádico siente placer con el dolor que proporciona.

Determinados actos de crueldad son posibles porque existe una profunda desconexión emocional entre el torturador y su víctima, de forma que el primero consigue aislarse emocionalmente del sufrimiento que produce. La reacción natural es lo contario: la empatía. Ver sufrir a alguien nos produce sufrimiento a nosotros mismos. En experimentos que usan resonancia magnética nuclear y otras técnicas que permiten detectar las zonas del cerebro que se activan en determinadas situaciones, se ha comprobado que el ver sufrir a otra persona produce el mismo tipo de actividad en la ínsula y en el córtex del cíngulo anterior que el experimentar dolor uno mismo. Un paso fundamental en la evolución del ser humano fue la aparición de una facultad mental llamada “teoría de la mente”: la capacidad de atribuir pensamientos y emociones a otras personas análogos a los que tenemos nosotros mismos. Esta facultad es vital para la supervivencia, pues nos permite predecir las acciones de las personas que nos rodean. En ella participan las llamadas “neuronas espejo”, que se activan tanto cuando realizamos una acción como cuando vemos a alguien ejecutar la misma acción. En la vida cotidiana nuestra mente realiza sin parar un simulacro del estado mental de la gente que nos rodea, y ajusta nuestras emociones de acuerdo con esa percepción.  La empatía, por lo tanto, es el reflejo en nuestra mente del sufrimiento de los demás, una de las propiedades más básicas del ser humano. Las personas que carecen de empatía desarrollan a menudo comportamientos sociopáticos, al ser incapaces de planear sus acciones teniendo en cuenta cómo afectan a las personas de su entorno.

Yo creo que el sádico hace daño, no porque carezca de empatía, sino justamente por lo contrario. No busca desconectar del dolor que produce, sino sentir ese dolor como propio, porque despierta en su cerebro las mismas reacciones que en el cerebro de la sumisa. Es quizás por eso que muchos sádicos, empezando por el propio Marqués de Sade, son también masoquistas. Sólo hay que fijarse en el comportamiento del típico sádico en una sesión: pone todo su esfuerzo en conectar emocionalmente con la masoquista. Quiere oírla gritar y quejarse. La mira a los ojos para beber su dolor. Le toca la piel para sentir el calor y el relieve de las laceraciones. El buen sádico, al contrario del torturador, busca por todos los medios aumentar su empatía con la sumisa. En la medida en que lo consiga, será capaz de guiar a la masoquista al estado mental en el que ella disfrutará plenamente de la sesión. Con esto no quiero decir que el cerebro del sádico experimente los mismos cambios fisiológicos que el de la masoquista. Lo más probable es que su cerebro permanezca en un estado de activación adrenérgica, de “pelea o huida”, lo que le permite experimentar el éxtasis del poder y el control mientras que la sumisa se sumerge en el abandono y la entrega que proporcionan las endorfinas.

Si todo esto es cierto, el camino del sádico es el de la profundización en la empatía. Su entrenamiento consiste en aprender a “leer” a la sumisa cada vez mejor, con la doble finalidad de acompañarla en sus sensaciones y de adecuar la sesión a sus necesidades. Esto no puede ser malo. Cabe pensar que una empatía creciente puede llegar a extenderse a otras personas, para al fin llegar a convertirse en una de las emociones más valiosas del ser humano: la compasión.


Autor: Hermes Solenzol
Fuente: sexocienciaespiritu.blogspot.com.es

miércoles, 15 de octubre de 2014

Fisiología del sadomasoquismo (2)

Publicado en: http://sexocienciaespiritu.blogspot.com.ar/2013/07/fisiologia-del-sadomasoquismo-2.html

Cómo el cerebro disminuye el dolor: las vías descendentes

Todo lo que he descrito hasta ahora forma la llamada vía ascendente del dolor, que va desde la piel al córtex cerebral, donde el dolor se hace consciente, se “siente” con su particular carga emocional. Pero también existen unas vías descendentes de regulación del dolor que bajan del cerebro a la médula espinal, y que son fundamentales para entender por qué el dolor que se siente disminuye conforme progresa una sesión sadomasoquista. Estas vías descendentes empiezan en una zona situada en el centro del cerebro, a los lados de un canal llamado el acueducto, por lo que se la llama substancia gris peri-acueductal (normalmente conocida por las siglas en inglés PAG). Las neuronas de la PAG mandan señales a una zona del bulbo raquídeo, el núcleo rafé magno, que a su vez manda axones por los lados de la médula espinal. Estas fibras nerviosas descendentes van penetrando el asta dorsal, que como vimos es la zona de llegada de los nervios que vienen de la piel. Las señales que transmiten desde el cerebro informan a las neuronas del asta dorsal de si deben aumentar o disminuir el dolor. El que lo hagan en una dirección u otra dependerá de nuestro estado mental, de las emociones que destilan la ínsula y el córtex del cíngulo anterior.

Es sabido que una sumisa puede llegar a aguantar mucho dolor durante una sesión sadomasoquista si el dominante es capaz de llevarla a un estado en el que se segreguen muchas endorfinas. Nos imaginamos que las endorfinas son como drogas que corren por la sangre y bañan todo el cerebro de la sumisa, inhibiendo el dolor. Sin embargo, a diferencia de la morfina y otros fármacos opiáceos, las endorfinas no son capaces de pasar de la sangre al cerebro, sino que son liberadas por fibras nerviosas en determinadas zonas del sistema nervioso. Una de esas zonas es el asta dorsal de la médula, donde la secreción de endorfinas es controlada por una vía descendente. Lo que se conoce popularmente por “endorfinas” son en realidad un grupo de casi 40 neuropéptidos distintos, que se agrupan en tres familias: las endorfinas propiamente dichas, las encefalinas y las dinorfinas. Estos neuropéptidos actúan como llaves que activan tres tipos de receptores de opiáceos, denominados con las letras griegas mu, delta y kappa. Las diminutas encefalinas son mucho más abundantes en el sistema nervioso que las endorfinas, y como ellas actúan sobre los receptores mu y delta para inhibir el dolor y producir sensaciones de calma y euforia. Las dinorfinas se unen a los receptores kappa y también disminuyen el dolor, pero en vez de producir euforia producen lo contrario: la disforia; un desagradable sentimiento de rechazo.

Las vías descendentes no sólo inhiben el dolor a base de endorfinas. Otra vía descendente paralela a la de las endorfinas, la vía adrenérgica, usa un neurotransmisor llamado noradrenalina, una molécula parecida a la hormona de la adrenalina. La vía de los opiáceos y la vía adrenérgica no suelen funcionar a la vez, sino que se alternan inhibiendo el dolor en estados mentales distintos. La vía adrenérgica se activa en situaciones llamadas de “pelea o huída”, donde tenemos que responder a algo que nos amenaza con una intensa actividad muscular, o bien luchando o bien escapándonos pies para que no nos pillen y nos hagan daño. La vía de los opiáceos, por el contrario, se activa cuando el miedo produce un comportamiento diametralmente opuesto: en vez de pelear o huir, nos quedamos paralizados y no podemos movernos; una respuesta que en inglés científico se llama  “freezing” - “congelarse”. En muchos animales, esta inmovilidad sirve para camuflarse y no ser vistos por un predador.

¿Cómo se aplica todo esto a una sesión sadomasoquista? La actitud amenazadora del dominante y los primeros atisbos de dolor seguramente activarán la vía adrenérgica, produciendo el llamado “subidón de adrenalina”, caracterizado por la sensación de estar más alerta y el deseo de debatirse y quejarse. Sin embargo, cuando la escena progresa y la sumisa se ve inmovilizada por las ataduras y el dolor es administrado de forma continua e inevitable, la vía adrenérgica se ve reemplazada por la vía de las endorfinas. La inhibición del dolor se ve ahora acompañada por un estado de relajación y abandono, y la sumisa se ve envuelta en sentimientos de calma y euforia tranquila. Seguramente no querrá abandonar ese estado de bienestar, y con su pasividad y sus gemidos de placer animará al dominante a seguir administrándole el dolor que la mantiene allí. En inglés, los sadomasoquistas llaman a ese estado “the forever place” - “el sitio de para siempre” - porque la sumisa protestará cuando finalmente el dominante la arranque de él.

La vía del placer y la dopamina

Si bien las endorfinas y la noradrenalina causan inhibición del dolor en la vía descendente que va de la PAG al bulbo raquídeo y a la médula espinal, sus efectos sobre las emociones ocurren en otras zonas del cerebro. Tanto la ínsula como el córtex del cíngulo anterior tienen receptores de opiáceos que seguramente contribuirán a la euforia y la entrega que se siente en la sesión sadomasoquista. Pero  donde los opiáceos desempeñen uno de sus papeles más importantes es en la llamada “vía del placer”, que conecta el área ventral tegmental (VTA) con el núcleo accumbens. Hace tiempo se descubrió que si se implantan electrodos en esta vía en el cerebro de una rata, y luego se permite al animal estimularla presionando una palanca, lo hará continuamente, dejando hasta de comer y de beber para hacerlo. Estudios posteriores confirmaron que lo mismo pasa en los seres humanos. Además, se descubrió que esta vía produce euforia y bienestar al liberar el neurotransmisor dopamina en el núcleo accumbens, y que drogas como la morfina, la heroína, la cocaína, la nicotina y las anfetaminas producen adicción estimulando la secreción de dopamina en esta vía del placer. Y no sólo eso, sino que esta vía nerviosa también participa en la adicción al sexo, la ludopatía (adicción a los juegos de azar) y otras actividades adictivas. Lo que ocurre es que ésta es la parte del cerebro que dirige nuestras motivaciones, que nos hacer desear comida, sexo, amistad y diversión, y que cuando satisfacemos esas necesidades nos recompensa haciéndonos sentir bienestar. Cabe pensar, por lo tanto, que la liberación de dopamina en el núcleo accumbens también causa el placer que sentimos en los juegos sadomasoquistas.

¿Puede el masoquismo causar adicción?

Entonces, ¿puede llegar el masoquista a convertirse en un adicto al dolor? Aquí, lo primero que hay que matizar es que el masoquista no deriva placer del dolor en sí, sino de una situación compleja que forma la sesión sadomasoquista y en la que el dolor es sólo uno de los componentes. Fuera de ese contexto no se experimenta el dolor como placentero. En segundo lugar, se podría equiparar el sadomasoquismo a otras situaciones que producen un subidón de adrenalina, como ver películas de terror, las montañas rusas o los deportes extremos. No cabe duda que esas situaciones enganchan, pero no llegan a ser adictivas. En mis más de 30 años practicando el sadomasoquismo y participando en asociaciones de esta índole, no he conocido nunca a nadie adicto a él. Al contrario, la tónica general es que una gran parte de la gente que se apunta a asociaciones sadomasoquistas las suele dejar al cabo de unos años, como si se tratara de una afición más. Sí, hay sadomasoquistas de por vida, pero es porque lo viven como algo que es una parte esencial de su identidad personal. Se trata de una decisión consciente, de algo que cuesta trabajo aprender, cultivar y mantener. No manifiesta la irracionalidad y la compulsión de las adicciones.

Una característica de las adicciones es el síndrome de abstinencia: el sufrimiento y las graves reacciones fisiológicas negativas que aparecen cuando se deja de consumir una droga. Habrá quien señale que en el sadomasoquismo ocurre algo parecido: el bajón de la sumisa (“sub-drop” en inglés). Esto se refiere a sentimientos de malestar o depresión que ocurren al finalizar una sesión, o al día siguiente. Hay quien dice que este bajón lo produce la prolactina, un neuropéptido que produce saciedad sexual y síntomas de depresión, y que sería segregado al final de la sesión, a veces durante días. Yo no he presenciado ningún caso de bajón de la sumisa, a pesar de haber hecho sesiones con bastantes mujeres durante muchos años. Lo que sí he visto en muchas ocasiones son crisis de ansiedad y ataques de pánico en mitad de una sesión, algunos muy fuertes y la mayoría lo suficientemente graves para hacerme finalizar la sesión. No cabe duda que las prácticas BDSM tienen la capacidad de remover contenidos traumáticos del subconsciente, sobre los causados por abusos sexuales. Cuando esas crisis se enfrentan de la manera adecuada, sobre todo con comprensión y cariño por parte del dominante, pueden tener un enorme efecto terapéutico, ayudado a la sumisa a recordar, comprender e integrar esos traumas del pasado. Quizás el bajón de la sumisa no sea más que la manifestación de ese tipo de traumas del pasado al finalizar la sesión, ya que durante la misma quedarían encubiertos por las endorfinas. Lo más probable es que este bajón no sea un único fenómeno, sino que responda a causas diversas dependiendo de la persona, ya que las sumisas o sumisos que dicen experimentarlo lo describen de formas muy distintas. En todo caso, parece más bien una reacción emocional debida al estado de vulnerabilidad que produce  la sesión, y no un síndrome de abstinencia. Se puede paliar con cuidados administrados por el dominante al final de la sesión.

lunes, 13 de octubre de 2014

Fisiología del sadomasoquismo (1)

Publicado en: http://sexocienciaespiritu.blogspot.com.ar/2013/07/fisiologia-del-sadomasoquismo-1.html

Sadismo, masoquismo y dolor erótico

Habría que rescatar la palabra “sádico”. En el mundo vainilla frecuentemente se toma como sinónimo de “cruel”, pero en el contexto del BDSM (Bondage-Dominación-Sumisión-Sadismo-Masoquismo) sabemos que no es así. Por origen etimológico, sadismo se refiere a la tendencia sexual del Marqués de Sade, que muchos compartimos. No somos crueles, no vamos por la vida haciendo sufrir a las personas o torturando animales indefensos. Simplemente, nos excita el dolor, como a nuestra contrapartida, los masoquistas. Y no cualquier tipo de dolor, sino un dolor especial, aplicado a la piel de las zonas erógenas: el culo, los muslos, los pies, los genitales, la espalda. Es un dolor que calienta y enrojece la piel, despertando su sensibilidad. A este tipo de dolor bien se le puede llamar “dolor erótico”.


Aparte de nuestra afición al dolor erótico, otra característica de muchos sadomasoquistas es el fetichismo por el castigo. Nos gusta la idea de castigar o ser castigados, quizás porque nos devuelve a la infancia, una época en la que padres y maestros ejercían sobre nosotros un poder incontestable. Las cosas eran más simples entonces: las decisiones se movían en una simple escala de bueno-malo establecida por la figura de autoridad de turno. En el fetiche de castigo el sadomasoquismo conecta con la dominación-sumisión. Le otorgamos a otra persona poder sobre nosotros, para que decida si lo que hacemos está bien o está mal. Y, si es lo último, para que nos castigue con maltratos físicos o imponiéndonos tareas desagradables.

El sádico y la masoquista danzan juntos un baile de intercambio de poder. El dolor tiene una propiedad que lo diferencia de las otras sensaciones: es inescapable, no permite que dejemos de prestarle atención. Curiosamente, la otra sensación que tiene esta propiedad es el placer. Como el dolor obliga a nuestra atención a concentrarse en él, cuando el sádico lo administra no sólo ejerce control sobre el cuerpo de la masoquista, sino también sobre su mente. Durante la sesión sadomasoquista este control se va profundizando, provocando cambios en las estructuras más profundas del cerebro de la subyugada, mareas de neurotransmisores y neuropéptidos que actúan sobre ella como una verdadera droga. Al mismo tiempo, la mente del sádico también se altera, quizás de forma más sutil, llevándolo también a él a satisfacer esos deseos inconfesables.

Pero, ¿son estos cambios en el cerebro sanos o malsanos? ¿Acaso no acabarán por deteriorar la fuerza de voluntad de la sumisa, convirtiéndola en el pelele del primer amo que la reclame? ¿Esa afición creciente al dolor, acaso no es autodestructiva? ¿No puede llegar a crear adicción, como una droga? Y en cuanto al sádico, ¿cómo puede estar bien el querer hacerle daño a alguien? ¿En su búsqueda del dolor ajeno, no acabará convirtiéndose en un degenerado, en un torturador como tantos personajes horrendos que llenan las páginas de los libros de historia? Quizás con el tiempo encuentre que el dolor que le causa a su sumisa no es suficiente, y se embarque en una búsqueda creciente de más y más sufrimiento, en la que la mujer que tiene debajo deja de ser una persona para convertirse en un mero objeto en el que puede desencadenar su perversión. Intuimos que no es así, que el sádico establece una profunda relación emocional con la masoquista que los realza a los dos como personas pero, ¿existe evidencia alguna de esto? Os invito a examinar detenidamente, a la luz de la ciencia, los cambios que se producen en el cerebro del sádico y la masoquista. Quizás así podamos encontrar pistas sobre lo que es en realidad el sadomasoquismo.

Las vías del dolor: de la piel al cerebro
El daño que producen varas, fustas, palas, correas o látigos es recogido por las fibras C, axones neuronales delicados y finos que, al contrario de la fibras A (que transmiten las señales táctiles), carecen de la vaina protectora de mielina. Las fibras A y la fibras C se agrupan por millones en haces: los nervios sensoriales. Muchas de las fibras C están especializadas en trasmitir señales de dolor provenientes principalmente de la piel, y en menor medida de los músculos, las articulaciones, los huesos y los órganos internos. Las fibras C transmiten señales a una velocidad lenta comparada con las fibras A, apenas un metro por segundo. También se encargan de liberar dentro de la dermis sustancias que producen hinchazón y aumentan el riego sanguíneo: la inflamación que pone el culo de la sumisa “rojo como un tomate”, deja esas bonitas estrías paralelas después de un “caning”, o causa las bandas de cebra de los correazos.

Las señales dolorosas que viajan por las fibras C alcanzan el asta dorsal de la médula espinal, donde hace sinapsis (conexiones) con neuronas capaces de regular el dolor, aumentándolo o disminuyéndolo en respuesta a señales de las vías descendentes de control del dolor, de las que hablaré más adelante. La señal dolorosa, una vez modificada, es recogida por neuronas especializadas del asta dorsal, que la mandan al cerebro. Después de atravesar nuevas conexiones sinápticas en el bulbo raquídeo y en el tálamo (la parte del cerebro encargada de recolectar y distribuir todas las sensaciones sensoriales), llega finalmente a su destino, tres zonas de la corteza cerebral: el córtex somatosensorial, el córtex del cíngulo anterior y la ínsula.

Quizás estos nombres os suenen a chino a los que no tengáis una afición particular por la neurociencia, pero si tenéis un poco de paciencia veréis que entender la función de estas partes del cerebro es fundamental para comprender el sadomasoquismo. El córtex somatosensorial es una banda que cruza el cerebro por los lados, de arriba abajo, como una diadema. Su función es la de localizar el sitio del cuerpo de dónde proviene el dolor: ¿es el culo, el coño o los pies? Pero no es allí donde nos duele el dolor, donde se nos hace desagradable (o paradójicamente placentero, en el caso de la masoquista). De eso se encarga la ínsula, así llamada porque forma una isla de sustancia gris al fondo de un profundo pliegue a los lados del cerebro. La ínsula es donde nos damos cuenta de cuánto nos duele. Allí es donde se genera esa propiedad del dolor de la que hablaba antes, que nos impide desviar nuestra atención de él. La ínsula controla todas las emociones asociadas al dolor, sean positivas o negativas, y también las asociadas al placer: la excitación sexual y el orgasmo. Así mismo participa en una gran variedad de emociones: la tristeza, el asco, la indignación, la ira, la alegría, la empatía y el amor. Por lo tanto, vemos como en una pequeña zona del cerebro se dan la mano el dolor y el placer, e invitan al baile a todas las demás emociones. Los pasos de esa danza estarán determinados por las características de cada individuo, por su historia personal y sus decisiones; pero es concebible que el dolor llame al placer, y que juntos invoquen a la alegría, quizás incluso al amor.
El córtex del cíngulo está en la superficie de contacto de los dos hemisferios cerebrales, formando un collar que rodea al cuerpo calloso, el haz de fibras nerviosas que conecta a los dos hemisferios. Su aspecto anterior (hacia la frente) realiza funciones parecidas a las de la ínsula, pero mientras que la ínsula es todo emoción, el córtex del cíngulo anterior (en la imagen figura con sus siglas en inglés: ACC) divide su tarea entre la emoción y el conocimiento. Otras de sus funciones incluyen detectar errores, resolver conflictos, mantener la atención y la motivación. Pero quizás la más importante es la de hacer que nos “demos cuenta” - la consciencia. Por lo tanto, podríamos decir que el córtex del cíngulo anterior es donde el dolor se hace consciente.

Nota aclaratoria

Pido disculpas por usar las palabras “dominante” y “sumisa” con ese género particular. No me gusta hacer malabarismos gramaticales en pos de la corrección política. Quiero dejar claro que todo lo dicho se aplica igualmente en los casos en que una mujer domina a un hombre, o a parejas del mismo sexo. Al usar esas palabras de forma intercambiable con “sádico” y “masoquista”, también he pasado por alto la diferencia fundamental entre sadomasoquismo y dominancia-sumisión. En inglés es posible englobar estos dos aspectos usando las palabras “top” para referirse tanto al sádico como al dominante (de los dos sexos) y “bottom” para referirse tanto a la masoquista como a la sumisa. Desgraciadamente, todavía no hay términos similares en castellano. De todas formas, este artículo se refiere específicamente al sadomasoquismo, y sólo de forma tangencial a los casos de dominancia-sumisión que no conlleven sadomasoquismo.

domingo, 12 de octubre de 2014

Se*rie Su*mi*sión


Serie Su*mi*sión

1.- La su*mi*sa

Abby King lleva toda la vida enamorada de Nathaniel West. Cuando se entera de que el brillante y atractivo presidente de Industrias West está buscando una nueva sumisa, decide ofrecerse a él para hacer realidad sus más secretos deseos.

Después de pasar un solo fin de semana con el Amo, Abby sabe que necesita más y se somete por completo a las condiciones que le impone. Pero a pesar del placer que encuentra en la dispuesto espíritu de Abby, Nathaniel sigue mostrándose frío y distante. Cuando la joven cae presa del tentador mundo de poder y pasión, empieza a tener que el corazón de Nathaniel esté fuera de su alcance, y teme haber perdido el suyo para siempre.



2.- El Do*min*ante

Nathaniel West nunca pierde el control. Durante el día, y como presidente de Industrias West, dirige el consejo de dirección. Por las noches, como estricto y exigente dominante, impone su voluntad y sus normas en el dormitorio. Nunca acepta sumisas inexpertas; sin embargo, cuando la solicitud de Abigail King aparece sobre su mesa, traspasa sus propios límites y pone a prueba los de la aspirante.La mezcla de inocencia e interés de Abby es embriagadora, y Nathaniel enseguida se decidea ponerle su collar.

Mientras ella obedezca sus órdenes y se rinda completamente a él,nadie saldrá perjudicado. Pero cuando los sentimientos por Abby se vuelven más intensos, Nathaniel se da cuenta de que la confianza debe ser recíproca. Y él oculta secretos que podrían destruir los cimientos de toda la relación.



3.- La exp*erta

Nathaniel West siempre ha vivido siguiendo unas reglas muy estrictas que espera que acate todo el mundo, y en especial las mujeres a las que domina en su dormitorio. Pero su última amante está derribando todos sus límites y alterando sus patrones de conducta. Abby King jamás imaginó que conseguiría apropiarse del corazón de Nathaniel West.

Lo que empezó siendo un fin de semana de placer se ha convertido en un apasionado romance. Abby sabe que la única forma de ganarse su confianza es someterse plenamente a él y olvidar todas sus inhibiciones.

Porque para conseguir que él abra las puertas a un camino de mayor intimidad, primero debe dejar que se adentre en su mundo hasta donde jamás había llegado nadie.

martes, 7 de octubre de 2014

Qepd Caballero


Día triste en la comunidad, se ha ido un Maestro como Sir Williams, guía y referente indiscutible.

Q.e.p.d. y que sus seres queridos tengan consuelo.